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  • ¿Cerrando la Tienda?


    Leticia trabaja en su tienda de artículos para bodas de Minneapolis, Minnesota.
    Foto de Sarah Mayer

    Leticia ha probado el "sueño Americano" y lo encontró amargo. Llegó a Minneapolis de México en el año 2000, con la idea de regresar un año más tarde con muchos ahorros. Pero meramente sobrevivir en los Estados Unidos resultó ser más caro de lo que había imaginado.

    "Pasa un año y no has ahorrado nada y te dices, 'Bueno, el próximo año y después me voy,'" dice Leticia. "Y los años siguen pasando y no has ahorrado nada y no has hecho nada."

    Como la mayoría de los latinoamericanos indocumentados de Minneapolis, Leticia siente la creciente presión de la economía y del gobierno de que debe irse.

    Consintió en contar su historia porque, dice, no tiene nada que perder. Es una franca mujer de cuarenta años, con rizado cabello castaño rojizo, ojos de un azul verdoso, y risa estridente. Ríe mucho, especialmente cuando está con la familia, de la que indiscutiblemente es la matriarca. Ella y su esposo Jose viven con la familia de su hija en una simple casa de dos pisos a menos de una cuadra de la calle Lake. Otros dos hijos viven cerca y otra hija vive con su esposo y sus hijos en los suburbios.

    Su hermana vive en Minneapolis también y a veces la ayuda con su negocio, una tienda de artículos para fiestas. La noche de un reciente domingo, agarró su cinta métrica y a su hermana y partió a toda velocidad hacia los suburbios. Había olvidado tomar las medidas de los hombres del cortejo del novio para una boda que se celebraría en una semana. Después de varias llamadas telefónicas para obtener información sobre cómo llegar, encontró la amplia casa con su largo camino de entrada. La futura esposa la presentó a su novio y sus cinco amigos, quienes habían estado mirando el fútbol en otro cuarto. Leticia hizo aparecer su cinta métrica y le gritó diámetros de cuellos y largos de piernas a su hermana, quien escribió todo en una libretita. Todo llevó menos de cinco minutos. Al regreso se detuvieron para recoger la cena provista por un cliente que le estaba pagando parcialmente con comida.

    Los clientes de Leticia tienen dificultad para pagarle estos días. Las ventas han bajado, y eso significa que las cosas no van bien para la comunidad latinoamericana. Las fiestas son importantes para la gente de México y Centroamérica. Normalmente, todos los fines de semana hay docenas de fiestas de bautismo y cumpleaños en los sótanos de iglesias y en locales alquilados. Muchas son opulentas, con multitud de decoraciones y chicos vestidos elegantemente.

    Los estantes de la tienda de Leticia están llenos de estatuillas.
    Foto de Sarah Mayer

    La tienda de Leticia, en la calle Lake, es larga y angosta, con altos cielorrasos. Los percheros a lo largo de las paredes están cubiertos de vestidos de novias y vestidos con volantes. En los estantes se apiñan estatuillas y brillantes ornamentos que pueden usarse como regalos para los invitados o como decoraciones para la torta. Pesados catálogos ofrecen vestidos y accesorios que pueden encargarse. Leticia ata a mano intricadas flores hechas de cintas en los libros de firmas de los huéspedes. Adapta esmoquins y vestidos. Dice que las ventas de la tienda están muy pero muy bajas. Las quinciañeras y los bautismos apenas cubren el alquiler. "En este momento la gente no compra porque no tiene trabajo," dice.

    El alquiler de su tienda es US$1.800. Está tratando de encontrar alguien que le compre el negocio, pero la recesión no la ayudado a tener ganancias.

    No es lo que esperaba cuando vino.

    Hace ocho años y medio, Leticia juntó US$10.000 entre ahorros y préstamos para irse con su familia a Minnesota. Un coyote los ayudó a ella y a Jose a traer a sus cuatro hijos, una nuera y un nieto. Los adultos inmediatamente compraron tarjetas verdes de vendedores callejeros a US$100 cada una.

    "Lo primero que se debe hacer es obtener documentos que no te pertenecen," dice. "Es desde ese momento que se nos fuerza a hacer lo que no deberíamos hacer."

    Leticia tuvo suerte de venir antes del 11 de septiembre, cuando las leyes de inmigración se hicieron más rígidas en nombre de la seguridad nacional. Anteriormente, los inmigrantes ilegales aún podían obtener documentos estatales de identidad y licencias para conducir, y tanto ella como su esposo lo hicieron. Entre ella y Jose tienen ocho automóviles, uno para cada uno de ellos, sus hijos y los cónyuges de sus hijos. Todos en la familia trabajan lo más que pueden y todos contribuyen a pagar las cuentas.

    Las hijas de Leticia trabajan en un vivero que vende a las tiendas de plantas, y los hombres trabajan en construcción y jardinería. Ninguno gana más de US$10 por hora. No reciben beneficios ni les pagan horas extras. Gran parte del trabajo es temporal.

    Las cuentas se están acumulando, gracias a un préstamo de alto riesgo que Leticia firmó hace dos años sin darse cuenta. No entiende por qué la tasa de interés subió más de tres puntos, llevando el pago a US$2.000 mensuales. Dice que no puede pagarlo, y se siente traicionada por el hombre que se presentó como agente inmobiliario.

    "No voy a nombrar a nadie pero era un hispanoamericano," dice. "Todos los documentos estaban en inglés y firmé una pila de papeles. Y una no sabe qué está firmando. Si los compradores son hispanoamericanos, ¿por qué no tener los documentos en español así sabemos qué dice?

    "Como hispanoamericanos, hablamos y nos preguntamos cómo nos va con nuestras casas. Y la mayoría te va a decir que están por perder sus hogares porque los intereses han subido".

    Leticia y su esposo piensan regresar a México el año próximo.
    Foto de Sarah Mayer

    No hay modo de saber cuántos latinoamericanos ilegales viven en Minneapolis, pero se estima que hasta 50.000 viven en una vasta red de familias extensivas que incluye muchos residentes legales. Ese es el caso de la familia de Leticia, cuyos familiares siempre se han ayudado durante las crisis financieras, con el cuidado de los niños y con consejos sobre cómo desenvolverse en un sistema cada vez más difícil. La familia era la protección de Leticia cuando criaba a sus hijos. Ahora que sus hijos son adultos y sus nietos están en las escuelas públicas de Minneapolis, ella ha renunciado al sueño americano.

    "Mi marido y yo ya hicimos planes," dice. "Pensamos irnos a México el año próximo." Piensa que es hora de que sus hijos resuelvan por sí mismos cómo mantenerse.

    Dice que el doble golpe de la recesión y de la persecución de los inmigrantes ilegales no le da otra opción. La comunidad está inmóvil, esperando que la economía o el clima político mejore. Los clientes no ganan tanto como antes. Leticia piensa que están ahorrando todo el dinero extra que tienen porque temen ser deportados. Y, como Leticia, algunos están perdiendo las esperanzas y regresando a su país.

    "No vendemos, no hay trabajo. ¿Qué estamos haciendo aquí? . . . El alquiler no perdona; los chicos no perdonan cuando tienen hambre. Si no se pagan las cuentas, cortan los servicios y te mueres de frío . . . Entonces, ¿qué estamos haciendo en un lugar donde claramente no podemos estar?

    A Leticia le entristece la idea de dejar a sus hijos. Espera algún día volver a ver a sus nietos. Quizás la visiten en México. Como nacieron aquí, son ciudadanos de los Estados Unidos. Eso quiere decir que pueden entrar y salir del país libremente. Leticia espera que esto signifique que están más cerca del sueño americano de lo que ella estuvo.


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